Buen Punto…


De Biella a Barcelona (parte III)
enero 5, 2009, 6:39 am
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De la desventura a la aventura…

(Parte I), (Parte II)

Eran algo así como las 9:30, o 10, no estoy seguro. Tenía una maleta de estas con rueditas, a ella amarrado un sleeping que Beatrice me había dado asegurándome que me sería útil en algún momento, una bolsita blanca con la comida que también Beatrice me había empacado (casi toda intacta), amarrado a mí un busito por si las moscas, y a mis espaldas una riñonera pequeña. Saliendo de la estación de Niza, pregunté al mismo policía que había cerrado la fila si sabía una zona en la que pudiera encontrar un hostal. Al parecer sabía tanto como yo.

Crucé la calle de enfrente a la estación. El aspecto de los negocios no era el mejor… se asimilaba a lo que podría uno ver en el Parque de San Antonio de Medellín a las 8 de la noche de un viernes: algo de borrachos; mujeres con faldas muy altas; luces de neón rojas, verdes y azules avisando bares, discotecas y moteles; y una peculiar abundancia de jóvenes de raza negra. Ahora el sustico que me invadía no era causado por el temor a la ley, sino a todo lo contrario. Me persigné y bajé por unas escalas llenas de grafitis, que daban a una vía aparentemente pululada por hoteles. Crucé varios corros de los jóvenes que ya mencioné, sin mirar a nadie, y llegué a una calle larguísima, llena de hoteles a lado y lado de la calle.

Era Niza. Tampoco podía dar la ganga, no es que tuviera una millonada para pasar solo una noche… además era una noche en la que lo único que quería era ducharme, dormir, y no despertarme tarde para el tren que saldría a las 6 am. Pregunté en unos 4 o cinco, ‘full’ o ‘complet’ eran las respuestas siempre. En otros ni entraba, ya en la puerta tenían un aviso con esas mismas palabras. Seguí por la misma calle, y vi al otro lado de la acera una muchacha que, aparentemente, pasaba por la misma situación que yo. No sabía si acercármele. Primero, no íbamos a solucionar nuestras situaciones; segundo, de pronto se asustaba.

De todos modos crucé la calle y, muy casualmente, le dije que parecía que estuviéramos en las mismas. Ella me sonrió, con esos dientes blancos alucinantes de la raza negra, y me propuso seguir buscando juntos. No recuerdo si era francesa y vivía en Estados Unidos o viceversa… el caso es que le había sucedido lo mismo que a mí en la estación, pero ella viajaba en avión la mañana siguiente, en vez de tren. El ritual de averiguar hoteles se volvió accesorio, siempre decían lo mismo, así que nos dedicamos a charlar mientras caminábamos, arrastrando los equipajes.

Otra vez el miedo se había ido… otra vez. Ahora estaba simplemente disfrutando de la compañía de una desconocida. La búsqueda se alargó durante unos 40 o 50 minutos más (aunque, como ya dije, mi concepción del tiempo estaba totalmente ‘patas-arriba’). Como a las 10:30 u 11, ella dijo que más bien iría a buscar dónde pasar la noche cerca del aeropuerto. Averiguamos dónde tomaba el bus hacia allá, la acompañé hasta el paradero, a los cinco minutos pasó el bus, ella subió, sonreímos y saludamos con las manos, y se fue. No recuerdo ni su nombre.

Yo me giré y empecé a caminar hacia la calle que había identificado como la principal. Me detuve en la esquina, a pensar. Era una locura. Al menos para mí. De la nada me reí, creo que alguien pasó y me observó como si estuviera loco. Ah, estaba contento, no sé por qué. Debería estar angustiado por la total incertidumbre que me rodeaba, pero ver semejante ciudad me hacía feliz, sólo verla. Ya algunos de los que nos habían atendido en los hoteles nos decían que en la playa se podía dormir, si se tenía cómo, poniendo cuidado de no ‘dar papaya’ a los ladrones. Como que ese era mi destino próximo: la playa.

Calle de Niza

Una vez unido a la marea de gente que se desplazaba en ambas direcciones de esa calle, me detenía cada cuadra, más o menos, a ver cuál era el motivo de cada corro. A ratos eran músicos. Recuerdo unos bolivianos. También había algo de teatro al aire libre, un pintor casual o simplemente una fuente o parque bonitos, que a la gente daban ganas de detener sus caminatas turísticas, orearse y ver pasar gente. Precisamente en una de esas plazas, una especialmente grande y bonita, iba yo caminando y de repente, así de la nada, un dedo me golpea el hombro, “Hola”.

La verdad en éste momento no recuerdo mucho de qué hablamos… era Paula, una chica argentina. Lo que sí recuerdo que le pregunté fue cómo había hecho para saber que yo hablaba español, pero en ese momento la conversación giró y no recuerdo la respuesta. Recuerdo que me dijo algo así como, “veo que estamos en la misma situación, y creo que sería mejor si la pasamos juntos en vez que cada uno por su lado”. En este momento sigo agradeciéndoles a Dios y a Paula ese coraje que tuvo de hablarle a un desconocido y proponerle compañía por una noche. Decidimos, primero que todo, que como seguramente no tendríamos un hotel, pues nos gastaríamos parte de lo que teníamos destinado para éstos efectos en una buena cena.

Así lo hicimos. Cenamos en un bello pero sobrio restaurante de ésta calle, siempre la principal, y nos contamos nuestras vidas. Casualmente ella estaba haciendo prácticamente la ruta inversa: venía de Barcelona y se dirigía hacia Milán. Había ahorrado para darse éste paseo, el primero de esas magnitudes que hacía en su vida. Luego por Facebook vi que pasó también por París y otras ciudades que yo no alcancé a ver, el de ella era un tipo de viaje en el que sólo puede pasar uno o dos días en una ciudad, y luego moverse para llegar a la siguiente en la lista.

Luego de esa frugal pero exquisita cena, decidimos que la pasaríamos cerca de la playa. Nos encaminamos hacia allá, no sin tomarnos varias fotos típicas turísticas en los lugares que nos atraían de la ruta. Qué ciudad. Aún ahora, luego de haber conocido otras ciudades de Italia y Barcelona en España, estoy convencido de que Niza es mi primer propósito turístico. Llegamos a la playa. Aún cuando era la medianoche o algo cercano, la playa estaba llena de gente. Un grupo de unos 15 jóvenes bromeaban alrededor del que tenía una guitarra y cantaba cada tanto, otro grupo caminaba riéndose, muchas parejas pasaban cogidas de la mano, un par de canchas de volibol se turnaban grupos improvisados en un campeonato igualmente espontáneo, y la cálida brisa traía no sólo el salitre sino el rumor de los bares que daban la cara ésta playa de la Costa Azul.

No hubo guia turistico, desconozco completamente el nombre de éste lugar... pero parecia un pesebre esculpido en la falda de la montaña.

No hubo guía turístico, desconozco completamente el nombre de éste lugar... pero parecía un pesebre esculpido en la falda de la montaña.

Nos tomamos un par de cocteles en uno de estos bares, y continuamos nuestra interminable conversación.

Como a las tres o cuatro de la mañana, no lo tengo claro, empezaba a enfriar un poco y nos echamos encima la bolsa de dormir que Beatrice me aseguró serviría en algún momento. Yo no tenía sueño. Ni pizca. Debería estar caído del sueño, había dormido unas cuantas horas en las últimas 36. En fin, el ver el grupo de jóvenes que jugaba volibol, con sus gritos, risas, caídas y aplausos me dio unas ganas tremendas de jugar. Me levanté, le dije a Paula que quería pero me apenaba, ella me encorajó, y fui a pedirles lugar en el juego. Fue difícil comunicarme con ellos, porque pocos hablaban inglés, español o italiano. Pero entre el inglés torpe de ellos y el poco español que conocía uno, cuyo padre había visitado un par de veces Bogotá, me entendieron y sin problemas me acogieron en su “equipo”.

Casi ni toqué ese balón. Sin embargo, creo que ganamos, pero ya como que el torneo había dejado de ser divertido y empezaron a jugar fútbol. Estuve un rato más, y luego me dio pereza: más allá de que fueron bien amables, sentía que entre ellos había ya confianza y yo era el desconocido, y me despedí. Con sonrisas y apretón de manos este grupo de jóvenes franceses (varios negros, el blanco cuyo padre había visitado Colombia, una chica con aires indios, todos entre los 17 y los 20 años, calculo) me saludaron. Jugar volibol en las playas de Niza a las tres de la mañana… no sé si sea algo que se haga comúnmente.

El resto del tiempo con Paula pasó rápidamente. Faltaban sólo dos horas para mi tren, una de las cuales la pasamos intentando dormir un poco. Yo no pude. Velé lo poco que creo que ella alcanzó a dormir. A las cinco nos levantamos y nos encaminamos hacia la estación. El camino de vuelta parecía bastante más largo que el de ida… al fin y al cabo ya no era tan divertido ver las mismas calles, ahora desiertas, sólo con pocos grupos de borrachos que hablaban en lenguas aún más incomprensibles de lo que habrían sido en sano juicio.

Llegamos a la estación. 5:40 a.m., creo, no recuerdo muy bien. Identificamos por casualidad un grupo de portugueses que también se dirigían hacia Barcelona, que por fuerza tendrían que hacer los mismos cambios de trenes que yo, así que nos contactamos. El tren ya estaba esperando. Intercambio de contactos en Facebook, correos electrónicos, abrazos y muy buenas energías: “Chao Pau, un placer gigantesco… gracias por haberme hablado”.